domingo, 22 de junio de 2008

ESCRIBIR ES UN DOLOR o DIDASCALIAS DEL PERIODISMO LITERARIO



Reinaldo Cedeño Pineda
(Licenciado en Periodismo y Máster en Comunicación Social)


Escribir es un dolor, escribió José Martí. Dulce dolor. A veces, un orgasmo, y otras un desastre, pero en todo caso, como no se renuncia al amor, no se renuncia al papel.

En mis años universitarios siempre escuché con humildad y disciplina; pero allá dentro se movía también el diablillo de la irreverencia. Y mientras unos se aferraban a los límites entre periodismo y literatura, yo escribía.

El puente entre un cuento y un reportaje son las palabras, ora como besos, ora como saetas; pero sin Dios que pueda arrancarlas. Traigo algunas preguntas respondidas, pero tantas por contestar que me asusto.

Cuando alguien dijo que una imagen vale más que mil palabras; curiosamente, no pudo transmitir tan subversivo mensaje sin palabras.

Tan importantes son que una, una sola puede salvar la vida:

-¡Cuidado!... puede ser el límite entre la vida y la muerte, ha dicho Gabriel García Márquez.

Aunque hablar a estas alturas de la inmediatez de los medios audiovisuales o de la Internet, resulta una verdad de Perogrullo; valga apuntar que esta condición –aunque no sea la única– ha impelido a los diarios y semanarios a trabajar sobre niveles menos inmediatos de información, han dado paso a columnas o columnistas, y a los grandes reportajes. A ello se suman las revistas, con la posibilidad –y el reto– de tratar los temas más a fondo.

De todo hemos visto en la viña del señor.

Comencemos este viaje por el principio, sumergiéndonos un instante en textos de… finales del siglo diecinueve:

[…] se levantaba del sillón como si le quemase: se apretaba las sienes con las dos manos, andaba a grandes pasos por la celda y parecía como si tuviese un gran dolor […] se le encendían los ojos, y se volvía a sentar, de codos en la mesa, con la cara llena de lágrimas. [1]
(“El Padre Las Casas”)

Fisher se balancea, retiembla, quiere zafar del nudo el cuello entero […] Engel se mece en su sayón flotante, le sube y baja el pecho como la marejada […] Spies en danza espantable, cuelga girando como un saco de muecas […] se da en la frente con las rodillas, sube una pierna, extiende las dos, tamborinea; y al fin expira rota la nuca hacia delante, saludando con la cabeza a los espectadores. [2]
(“Un drama terrible”)

Echémosle otra ojeada, saboreemos cada frase. Fragmentos que nos dejan suspensos. Hechos y personajes que se nos revelan, cual si pasara delante de nosotros, un largometraje. José Martí, el autor de estos artículos, es común referencia en la historia de la literatura y del periodismo cubano, en ambos. No tenía un pie en cada pilote, cruzó el puente en su condición íntegra de escritor.

Ejemplificar con la obra martiana, no es copiarle. No es posible hacerlo, ni hará falta. El ejercicio consiste en mirar analíticamente la médula de su prosa, para apropiarse de ciertas claves, esas que permanecen tan útiles para el ejercicio de la profesión como en su tiempo. Martí es un verdadero pintor con palabras. Esa es una de sus claves de eternidad.

Aunque, por supuesto, no ha conocido al padre Bartolomé de Las Casas, redimensiona su figura, la recompone a trazos, sabe darle su segunda oportunidad de sobrevida. Ese instante de angustia, ese sufrimiento supremo cuando escribía sobre la destrucción de Las Indias, Martí no lo dice: lo muestra.

No comete el error de escribir, por ejemplo: “El Padre Bartolomé de Las Casas está angustiado”: nos toma de la mano para que lo veamos padecer. No da cabida a otra pifia: la enumeración de hechos más o menos conocidos, al estilo de un informe; muy al contrario: selecciona los de mayor relevancia. Y en su laboreo a posteriori, ilumina las ideas.

La certeza de que estamos sentados en la ejecución de los Mártires de Chicago, casi nos desespera, en Un drama terrible.

El reverso de resultados como estos, deviene de aquel que pretende aprehender un hecho “objetivamente”, desde la letra, sin prender los ojos en él.

Cuando se escribe "Esta tarde había un calor infernal", la frase cae, porque es ciega, por más infernal que parezca. Si, en cambio, se alude a como la gente se quitaba la camisa, el lector –siempre activo, jamás subestimable– “puede ver” las gotas de sudor y hasta imaginarse el color de la camisa, el torso desnudo…

¿Qué aportaba Las Casas a su época, sino el retrato de un hombre justo que no se rindió nunca? ¿Cómo dialoga con nosotros, un hecho o un personaje del pasado? Martí sabe hallar la trascendencia, a partir de un discernimiento radical de elementos. Se trata de un análisis afincado en las esencias, no en las apariencias; en la obra más que en la cuna; en las grandezas por encima de las vacilaciones.

Sólo con tal claridad pudo justipreciar a figuras como Oscar Wilde o Walt Whitman, marcadas por la hipocresía de la época; o al propio Heredia.

Mientras Del Monte golpea al cubano con aquel mote terrible de ángel caído −tras pisar tierra cubana con autorización del Capitán General− .José Martí saja la brecha desde su discernimiento radical, se asoma a la sensibilidad humana dentro del héroe que “el poeta había tenido valor para todo, menos para morir sin volver a ver a su madre y a sus palmas”. [3]

Avancemos en el tiempo para detenernos en esta crónica del maestro Víctor Joaquín Ortega: “Canto por el último lugar”, dedicado a la campeona polaca Irene Szewinska, durante su participación en los Juegos Olímpicos de Moscú 80:
“La veo correr. El dolor me invade. Llega última en la serie semifinal […] No la esperaba victoria, más nunca pensé verla caer, casi desfallecida, pálida: mordido el labio inferior, los ojos en otro sitio […] en su gloria, aún más lejos”. [4]

El autor ha retratado la imagen de la derrota. El hilo que une casi un siglo de periodismo: el del artículo martiano y el de la crónica deportiva, es la capacidad de pintar con palabras, de escribir con imágenes, todo lo cual ha dotado al relato de luz, dinamismo, sentido y unidad.

El uso del suspenso, los verbos de movimiento –y las descripciones cinematográficas–, así como los diferentes tropos de la lengua, no son materia privativa de la literatura ficcional. Son, primero, signos de la lengua, tan lícitos o inconvenientes, según el uso y la función para los que se les designe.

El “terror a la metáfora” en materia periodística, se basa en la suposición de que esta oscurece o adorna innecesariamente el texto. Lejos de eso, los tropos bien plantados por así decirlo, iluminan. No adornan, profundizan. No redundan, redondean. Es más, en ocasiones, son imprescindibles.

Cuando se trata una materia poco conocida, hay que buscar asociaciones, y allí el símil presta una ayuda incalculable. Una pregunta retórica, es un llamado a la reflexión. Un epifonema, máxima que resume toda la tesis de un trabajo, se presenta como un toque diamantino en los finales.

La hipérbole suele ser muy útil para matizar situaciones difíciles, dar un toque irónico o imitar lenguajes.

Eso sí, no hay que salir a buscarlas per se, son ellas las que nos encuentran. La guía es una: la necesidad expresiva, y su utilización se halla en relación directa con la intencionalidad del mensaje.

El hecho estético que representa la selección de un determinado repertorio lingüístico, acompaña al hecho comunicativo y ha de estar en función de él, como la hoja de un cuchillo en su envoltura. En cambio, su desbordamiento, lo arrasa todo.
El periodismo literario exige una indisoluble unión ideo-estilística. La verdad que se tiene, transmítase de la manera más sólida, comprometida, inquietante y hermosa que sea posible.

Ahí está Martí, desde La Edad de Oro, mostrándonos la Torre Eiffel: “Arrancan de la tierra, rodeados de palacios, sus cuatro pies de hierro, se juntan en arco, y van ya casi unidos hasta el segundo estrado de la torre, alto como la pirámide de Cheops: de allí fina como un encaje, valiente como un héroe, delgada como una flecha, sube más arriba […] En lo alto de la cúpula, ha hecho su nido una golondrina”. [5]

Casi no hay que decirlo. Esa golondrina es como la gema de la corona, valga el símil empleado.

Martí antecedió a Tom Wolfe y su Nuevo Periodismo con sus escenas y diálogos, con sus preguntas provocadoras, con la gente “anónima” tomada como protagonista. Y a Martí, lo antecedió Daniel Defoe y su Diario del Año de la Peste… Al respecto, en tiempos recientes, la doctora Yamile Haber Guerra, de la Universidad de Oriente, advierte que el periodismo literario no se trata de “escribir bonito”:

“Dicen sus detractores que el periodismo literario resta objetividad a esta profesión. Mas todo lo contrario: aporta nuevas formas de objetividad. No es precisamente hacer un periodismo lírico: te sientas y la imaginación lo hace todo por ti; se trata de construir una base material informativa que permita formas superiores de montaje y proyectos de narración del hecho noticioso.” [6]

Y no estamos hablando de la crónica. No se quiera ver al periodismo literario con la sinonimia de la crónica, ni de ningún otro género específico. Se trata de un concepto, de la asunción de una forma, de una manera sostenida y argumentada de “producir” el texto periodístico que privilegia una comunicación más íntima, menos impersonal.

El periodismo literario podría ser un antídoto contra la caducidad de los mensajes, y es ante todo, una voluntad de estilo.

La crónica, como relato emocional de un hecho, suele cargar sobre sí toda la materia literaria que se le escamotea a otras formas. No es necesario que se trate de la entrevista a un escritor o de la crónica de una medalla olímpica, para encontrar palabras que “novelicen” el hecho.

¿Puede escribirse literariamente sobre la recolección de café? Sí. ¿Una “simple” información? Sí. ¿Puede narrarse un descubrimiento científico utilizando el estilo del periodismo literario? Sí, muchas veces sí.

Claro, el periodismo literario exige un redactor eficiente que se mueva entre los diálogos y los párrafos con soltura, más que entre los quiénes y los cuándos, que en ocasiones –al no devenir de la lógica de lo narrado–, son apuntalados con un disparo.

El periodismo literario exige mucha atención. Mucha atención, repito, para escuchar el callado estruendo que apuntara Lezama. Un periodista que anote y compare. Un periodista capaz de recrear y fabular. La imaginación es la sal de este banquete.

Entrevistar es saber escuchar, para que no se nos vaya en la premura de la próxima pregunta prefabricada, la provocación o el germen de la interrogante que en ese justo momento se anda gestando delante nuestro. Y el periodista, en ese intercambio íntimo, ha de estar a la altura del entrevistado, ha de sobrepasar la varilla como un recordista. Y su pértiga es sólo una: la preparación y el estudio; otra verdad de Perogrullo, que no obstante, algunos se saltan.

La entrevista exige agudeza y lecturas anteriores. ¿Cuántas veces no nos hemos quedado a la zaga? ¿Cuántas veces hemos desaprovechado un testimoniante excepcional? ¿Y, cuántas, lo más terrible –visto nuestro desconocimiento–, el entrevistado nos mira compasivamente, se burla en su interior y nos entrega respuestas anémicas, corteses, casi inservibles... que tal vez comente con hilaridad en su próxima tertulia?

El experimentado colega Luis Sexto, bien apuntaba:

[…] El periodismo, no obstante todos sus vínculos con la realidad noticiosa halla su dimensión más duradera e influyente cuando se aproxima a lo literario-estético mediante el trabajo del estilo y las técnicas narrativas. Norman Mailer, a quien se le atribuye, entre otros, un reverdecer del periodismo literario, dijo que era posible contar la historia como novela y la novela como historia. Por ello, tal vez los reportajes de John Reed puedan ser leídos aún con una pasmosa actualidad. También los de Pablo de la Torriente Brau. Trascendieron el círculo inmediato de lo perecedero, para insertarse en la órbita de lo permanente, al expresar sus enunciados sobre el discurrir cotidiano en un movimiento narrativo pleno de vitalidad. [7]

La fabulación periodística, no falsea los elementos medulares del relato. No puede hacerlo. Se presenta, eso sí como elemento ideal en la creación de atmósferas y el sostenimiento del clímax.

La “objetividad periodística” es una fórmula, no una realidad. Es una construcción intelectual relativa, basada en el presupuesto de que la realidad puede ser “más o menos” atrapada, que los profesionales pueden someterla si se apegan a determinados mecanismos; pero… en realidad, “la realidad” se resiste, es inasible.

No hay posibilidad de reflejar la realidad tal cual de ninguna manera, tal vez sólo de refractarla, como se divisa un rostro en el agua. Ni siquiera una cámara de cine o fotográfica puede ser fiel. ¿Quién no sabe que, en esos casos, se toma sólo una parte de la realidad seleccionada, que la selección implica ya por sí, dejar otra parte fuera?

Desde la fuente de información, la interpretación de los datos obtenidos y el repertorio lingüístico escogido, hasta la relectura del trabajo por el destinatario, se activan múltiples subjetividades, mediadas por intereses, culturas, factores sicológicos, sicosociales y un largo etcétera, que es inherente por naturaleza, en una labor artística como el periodismo.

Eso, pese a haberme encontrado (a estas alturas), que se pretende hacer fuego con maderos y se guardan el encendedor en el bolsillo. Eso, y no otra cosa, es la consideración de algunos de nuestros medios de prensa que intentan reservar al periodista una categoría técnica.

Prosigamos.

¿Vio Martí una golondrina en la cúpula de la torre Eiffel durante una Exposición de París que tan bien describe en La Edad de Oro, pero a la que no asistió?

¿Sólo es posible escribir de hechos presenciados por el propio periodista?

¿Se mordió el labio Irene Szewinska en su fracaso olímpico? ¿Han perdido objetividad tales relatos?

Mientras usted se contesta estas preguntas, antes de finalizar, permítaseme sólo unas consideraciones sobre los títulos, otra zona en la que se mueve el periodismo literario. En el mundo actual, en la red digital interconectada, los titulares se han vuelto definitivos.

Una lista de titulares, un clic sobre el mejor de ellos para el “desayuno informático” diario, y se despliega el texto. Vivimos hoy una competencia de titulares.

Si se entiende el titular, no sólo como el simple encabezamiento, sino además como la tarjeta de presentación, la vitrina, la sustancia y el latido de la información, ya estaremos justipreciando su valía.

El titular es portador de un alto rendimiento comunicativo. Es capaz de lograr el impacto o “una focalización selectiva de la atención”. [8]

Un titular iluminado es aquel que basa su hechura en el diseño de una frase ingeniosa que asalta y sacude, que toma por sorpresa al lector, con un poder de sugerencia que hace imposible pasarle de largo.

¿Quién no recuerda ciertos títulos de obras como La consagración de la primavera o El pájaro de fuego? ¿Qué los ha hecho perennes en nuestra memoria?
En mi opinión, yerra aquella clasificación que le endilga a los títulos, los términos de “llamativos” o “literarios”, cuando estos se ponen en el mismo nivel de elaboración que los de un filme o una novela. La excepción debería ser la regla. El título de un artículo no es menos.

(VER: La maldición de poner un título o Funcionalidad comunicativa de los titulares de prensa; http://periodistadecuba.blogspot.com/2008/06/la-maldicin-de-poner-un-ttulo-o.html )

No existe un periodismo sostenido en el aire. El periodismo sin hechos concretos e investigación, es polvo, aunque sea más o menos literario; pero las palabras siguen siendo la materia prima. Las palabras son un río inatrapable: dominar su cauce, hallarle sus meandros, admirarle sus cascadas; he ahí el sempiterno reto.

Como en mis años universitarios, sigo escuchando con humildad; pero igual, dejo que otros le anden buscando las junturas o las desavenencias al Periodismo y la Literatura. Yo, entretanto, escribo.

Notas:

[1] José Martí: “El Padre las Casas”, en La Edad de Oro, Obras Escogidas en tres tomos, T II, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992 p.327.

[2] José Martí: “Un drama terrible”, en Obras escogidas en tres tomos, T II, Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 1992 p.205. Aparecida originalmente en El Partido Liberal, de México, 27,29 y 30 de diciembre de 1887; y La Nación de Buenos Aires, 1ro de enero de 1888. Se refiere ala ejecución de los mártires de Chicago.

[3] José Martí: “Heredia”, en Obras completas, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p.175. Discurso pronunciado en Hardman Hall, 30 de noviembre de 1889.

[4] Víctor Joaquín Ortega: “Canto por el último lugar” en Desde Atenas, las Olimpiadas, Editora Abril, La Habana, 1988, p. 154.

[5] Este detalle lo tomó Martí de un texto más bien poético de la revista L’ Exposition de Paris titulado Le nid de la torre Effiel, formado por Fulbert Durmommtel que decía: “Sobre la Tierre Effiel una golondrina ha descendido por un rayo de sol… / Su nido frágil y amable corona la más alta corona del más alto monumento del globo”, en José Martí: La exposición de París (edición crítica), investigación, presentación, estudio valorativo y notas Salvador Arias., Centro de Estudios Martianos, 2001, p. 78-79. Esta manera de asimilación martiana refuerza su genialidad.

[6] Yamile Haber Guerra: “Periodismo y literatura”, en revista Ámbito, Holguín, N. 109, edición especial, 1997, p.4.

[7] Luis Sexto “Un bizancio contemporáneo”, en La Tecla, Ciego de Ávila, www.latecla.cu/literario.htm.

[8] Daniel Goleman: Inteligencia emocional, Editorial Cairos, Madrid; 46.edición, 1996, p.76.

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